¿Qué mueve a una persona a dejar la rutina de su vida y su trabajo -ni que sea de forma parcial- para embarcarse en un viaje en moto alrededor del mundo? Motivos personales, inquietudes profesionales y una pasión creciente por las motocicletas desencadenaron en el fotoperiodista Walter Astrada el interés por dar la vuelta al mundo sobre dos ruedas cargado con su cámara (por razones de peso, un solo cuerpo réflex con dos objetivos de 35 y 50 milímetros) y un portátil de 11 pulgadas.
Y en eso anda el argentino desde mayo, cuando partió de Barcelona a lomos de Atenea, como bautizó a su moto, una Royal Enfield Classic con la que ha cruzado el continente eurasiático hasta llegar a Vladivostok. De ahí atravesó a finales de septiembre el Mar de Japón en barco hacia Corea del Sur. Ya en Seúl, mantenemos con él una conversación vía Skype en la que se muestra cansado, tranquilo y con muchas ganas de contar el viaje, del que da buena cuenta en la página web creada para este proyecto.
Cansado porque en esta primera parte del viaje el cuentakilómetros de Atenea indica que han rodado juntos 26.684 km. Tranquilo no solo por su carácter habitual, sino también por la calma con la que habla de las dificultades del viaje en motocicleta. “Peligroso, no. Difícil, diría yo. Y duro por las caídas, los choques”, nos cuenta sin alterarse lo más mínimo.
A Astrada, ganador de nada menos que tres premios World Press Photo, le gusta hablar de los azares del viaje con su compañera: “A partir de Uzbekistán, excepto en Rusia, las carreteras estaban bastante mal. O casi ni había. Se te traba la rueda o patinas y te caes, aunque no viajo a una velocidad muy rápida. Y luego has de levantar la moto solo.”
Hay que tener en cuenta otro clásico de los grandes viajes en moto: la climatología. “Empecé en primavera, y durante el viaje he tenido temperaturas de hasta 45 grados en Uzbekistán mientras cruzaba su parte desértica. Ahora, a principios de otoño, ya he llegado a temperaturas negativas.” Y se acerca el invierno.
Otro aspecto importante de este viaje es la libertad con la que lo afronta: “La ruta está improvisada completamente. Solo tenía claro el inicio y el final de la primera parte, Barcelona y Vladivostok [en el extremo sudoriental de Rusia]. Tenía algunos lugares que quería visitar, como los Balcanes, Atenas, Estambul, Tibilisi [Tiflis] o una parte de la Ruta de la Seda en Uzbekistán, pero entre estas etapas la ruta me la he ido marcando día a día.”
La soledad es también capital en esta aventura: “Es parte del viaje y no es algo malo. Muchas veces me permite tener el tiempo de analizar cosas que cuando estoy acompañado no puedo. Te obliga a abrirte y estar siempre atento a lo que te rodea, y enfrentarte a situaciones distintas porque no hablas el idioma o tienes que resolver algún problema.” Aunque no todo es sentirse solo: “Te vas cruzando con muchas personas, y muchas veces no hubiese podido seguir de no ser por la ayuda de otros.”
Los visados, el seguro de la moto en diferentes países, un par de incidentes con recambios para Atenea y el tiempo que quería invertir para recorrer los dos primeros continentes han sido los únicos condicionantes de esta primera parte. “En Google Maps escribí el lugar de salida y el de llegada y moví la ruta por los países que cruzaría. Teniendo en cuenta los 23.000 kilómetros que me daba, lo que hice fue dividirlo en 150 días, lo que me dio un promedio de unos 160 kilómetros diarios. Pero en algunos lugares he estado más tiempo. Eso significa que ha habido días que he hecho 500 kilómetros.”
El argentino confiesa que ha habido lugares que le han sorprendido muy gratamente, e incluso le cambia la voz al hablar de la ciudad turca: “¡Estambul es una pasada! La mezcla entre Europa y Asia es interesante. Los turcos son muy amables, y la gente también ayuda a que un lugar te guste más que otro. Mira que a mí cada vez me gustan menos las ciudades grandes, pero me pareció una ciudad fantástica.” Astrada destaca también el país del Gran Kan: “Un país que tenía muchas ganas de recorrer era Mongolia. Estuve 22 días, y la verdad es que se me hizo corto. Estoy deseando dar toda la vuelta para volver y recorrer la otra parte del país que me falta.”
A través de las fotografías que ha tomado en estos lugares se intuye cómo se debió sentir. Así, mientras en las imágenes de Estambul la gente es protagonista y se respira en ellas el caos de una urbe de casi 15 millones de habitantes, las montañas, las llanuras, las personas y los animales transmiten armonía y calma en las fotos del paisaje mongol.
Otros lugares no previstos inicialmente en el recorrido pueden deparar agradables sorpresas. Como la Carretera Militar en Georgia: “Improvisé el recorrido y continué por Rusia en vez de volver a bajarla hacia Azerbaiyán. ¡El paisaje es espectacular!”
Fotografías y textos -las primeras más abundantes- recogen esta experiencia. “No hago vídeo porque no quería pasarme el día delante de la computadora editándolo, y escribir me lleva tiempo y lo necesito para manejar la moto y hacer fotos.” Una bitácora para cuya actualización Astrada depende de un acceso a Internet que no siempre está garantizado.
Fotografías curiosamente en blanco y negro. “He trabajado casi siempre en color, y este es un proyecto sin un tema en concreto, más aleatorio, en el que voy fotografiando lo que me llama la atención. Y me apetecía hacerlo en blanco y negro. También me permite más latitud en cuanto a la temperatura [de color]. Si hubiese hecho color, habría fotos a mediodía que hubiesen sido muy complicadas y habría quedado poco homogéneo. El blanco y negro me permite trabajar como un proyecto aunque las fotos sean individuales, y quería también diferenciarlo de mis otros proyectos.”
El plan es que no hay plan
“Al no tener un tema específico depende mucho de la suerte, de encontrarme algo interesante. El plan es que no hay plan, y eso es lo que en verdad me gusta.” Astrada está disfrutando del viaje, y eso se nota en las imágenes. Las escenas donde el espacio es protagonista y la acción secundaria tienen gran presencia. No faltan siluetas de personas, un poco de street photography en las ciudades, fotografías atmosféricas (a menudo en clave baja) y paisajes desolados de llanuras y montañas que aportan la magia y letanía propias de Asia Central.
“A mí me cuesta mucho hacer fotos cuando no hay gente. Todo mi trabajo está basado en fotografiar personas. Pero justamente las fotos que más me gustan de este viaje son aquellas en las que no hay personas. Me gusta mucho una foto de unas sábanas que hice en Armenia [en Noratu], la del coche [en Ktismata, Grecia], la de Prozor [en Croacia]… Pero normalmente necesito que haya alguien y que esté haciendo algo.”
Hay otras muchas escenas sin gente que llaman la atención: el Lada solitario poco antes de caer la noche frente a unos contenedores de Osh, en Kirguistán; las sillas y mesas vacías de un restaurante iluminado por las luces nocturnas que se cuelan por una ventana, en la localidad rusa de Kosh Agach; las puertas de hierro abiertas de acceso a un parque de atracciones abandonado en Baikalsk, a orillas del lago Baikal, que dan la sensación de final de trayecto; o la tranquilidad y la calma que transmite la luna llena sobre las montañas y las llanuras mongolas, cerca del lago Üüreg.
A medio camino entre estas fotos y las que tienen a gente como protagonistas están otras en las que la presencia de una persona (o un animal) destacan la importancia de la geometría y la composición, dan dimensión humana a la escena y refuerzan la idea de soledad de un viaje así.
Es el caso del perro empapado que atraviesa una carretera destartalada y llena de charcos en Darvi (Mongolia) o el punto de luz de una motocicleta que se acerca por las roderas que sirven de camino cerca del lago Üüreg. También esa mujer que lee en mitad de un puente que inspira poca confianza sobre el río Gulcha, en Kirguistán, o el niño que corretea por unas sinuosas rocas en Capadocia.
Financiación
“Cuando por compañía no tienes ni tu propia sombra”, explica Astrada en su blog, y de ahí se deduce la diferencia entre viajar en solitario a través de grandes extensiones prácticamente despobladas o circular por una metrópolis.
El fotógrafo nos lo cuenta divertido: “Recorriendo Mongolia, sacando la capital y algún que otro pueblo más grande, los nenes salen corriendo de los gers [las clásicas tiendas del país] para saludar. En el tráfico de Ulán Bator, buscando el hostal donde me iba a quedar, vi a un nene en el autobús. Mi típica reacción fue saludarle, y él me miró como diciendo: ‘Y este pelotudo para qué me saluda’.”
Un viaje de estas dimensiones necesita una financiación adecuada, y la idea de Astrada es que sus imágenes generen dinero a medida que avanza en su periplo. Descartado el micromecenazgo antes del inicio (“era demasiado pretencioso y difícil que la gente pusiese dinero sin ver fotos”), se propuso el proceso inverso y obtener rentabilidad de las imágenes que iría haciendo.
“La gente puede comprar la foto que quiera a partir de un determinado monto. También se me ocurrió lo de los ítems en los que la gente colabora sin recibir una imagen a cambio, pero que yo lo describiría como si fuese una suscripción a una revista de viajes. Ha funcionado bastante bien por ahora. La parte de donativos es la que ha dado más resultado, mientras que la venta de fotos no tanto todavía.”
Los talleres fotográficos también son otra forma de financiación: “En esta primera parte del viaje era complicado por temas de visados, pero en India estoy intentando organizar uno y también en Tailandia.” La publicación de un libro es algo que se antoja interesante cuando Astrada finalice el viaje: “Aún es pronto para hablar, pero creo que terminaré haciendo un libro con las fotos y el texto.”
Terminada esta primera etapa europea y centroasiática, ahora encara la segunda fase en el sudeste asiático, una tercera en América Latina (dependiendo del dinero, también en Estados Unidos) y una última en el continente negro. “Es mirar muy adelante, pero si todo va bien y tengo dinero, lo ideal sería hacer África o una parte de ella.”
Antes de acabar la conversación Astrada destaca a ese conjunto de personas anónimas que viven en tierras inhóspitas. “A 200 kilómetros a la redonda no hay nada, pero tienen ahí su vida, su familia. Sin ellos yo no podría haber continuado mi viaje: no habría encontrado una gasolinera en medio de la nada o dónde comprar comida. A la entrada de Uzbekistán, en un pueblito de frontera donde no había nada, un hombre me ayudó a reparar la moto. Todas las personas que viven en lugares apartados tienen esta capacidad, que en Europa por desgracia hemos perdido, de improvisar con lo mínimo. Para ellos cualquier cosa tiene un valor terrible.”
Fuente: Quesabesde